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Se acabó. Dieciséis días, decenas de pueblos, más de mil kilómetros en las piernas sobre un asfalto abrasador en casi todos los momentos. Madrugones, mañanas ... de emoción, tardes de recuperación, incluso de dolor. Sonrisas y lágrimas al concluir cada día. Al menos, quince de ellos. El final de la décimo cuarta etapa en Logroño fue amarga, inmerecida para el esfuerzo realizado. Y aun así ha merecido la pena. Tanto que la experiencia se queda corta. Minutos después de cruzar la última meta anunció su reto para el año 2025: 1.500 kilómetros y treinta etapas. Será también en julio.
Fernando Magaldi, rostro visible de esta bendita locura por las personas con discapacidad, comenzó la aventura más grande que ha afrontado sobre unas zapatillas el 12 de julio uniendo Arrúbal con Briones. Sobre las zapatillas porque aventuras tiene muchas para contar, aunque prefiere escribir otras que están por llegar. Lo que este sábado ha finalizado se quede pequeño para lo que sueña. Y como es cabezón, muy cabezón, convertirá el sueño en realidad.Incluso cambiar la amargura capitalina por una sonrisa más popular.
Su entrada en Arrúbal, localidad que se ha sido en uno de los pilares de este reto, fue apoteósica. Desde la lejanía venía caminando desde Agoncillo cruzando el polígono industrial. «Los pueblos son de las personas», espetó el pasado jueves. Y las personas llegaron junto a él, esas que han trabajado para recaudar fondos para investigar y luchar con enfermedades que apenas.
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Camisetas azules, muchas, y verdes. Junto a él, el cántabro Fidel Fernández y los salmantinos Miguel Heras, 'Dios' para Magaldi, y Roberto Heras, tan fino como cuando reunía a los aficionados al ciclismo frente a la televisión con sus gestas. Y personas afectadas por enfermedades raras, desconocidas, poco investigadas. «Yo soy albañil. Ni siquiera atleta, tal vez corredor. Todo esto es por ellas», decía en Arrúbal, refiriéndose a esas personas. Un albañil que se levanta cada día del año a las 4.30 horas para entrenar y para, después, trabajar. Su gimnasio es cualquier escenario en el que haya que derribar y construir. «Y encima me pagan», decía no hace mucho con una sonrisa. Y el fin de semana al monte, recordando su Valle del Toranzo.
Su resumen final estuvo repleto de agradecimientos. No tiene filtros, ni para alabar ni para de denunciar. Detrás de él hay un equipo de nutricionistas, preparadores físicos y fisioterapeutas que han hecho posible que haya completado estos 1.010 kilómetros en dieciséis jornadas. Sin embargo, lo que este sábado ha concluido no era la idea original, aunque seguro que la ha superado. «Me encanta el cabo de Finisterre y pensé en unirlo con La Rioja. Eran más o menos 1.000 kilómetros por la cornisa cantábrica, pero un amigo mío me habló de visibilizar este esfuerzo y me dijo: por qué no por pueblos de La Rioja, que se verá más. Y así surgió la nueva idea. Y puestos a visibilizar, mejor todo por asfalto… y eso que odio correr por asfalto», desvelaba. Seguía mereciendo la pena.
No pudo evitar a apenas cinco metros de meta y rodeado de quienes ven en él a alguien más que a un simple deportista soltar alguna que otra lágrima. Se quitó las gafas con disimulo, se secó las lágrimas, se las puso y volvió al momento que estaba viviendo.
Momento en el que está cambiando la vida de muchas familias afectadas por esas enfermedades. Su próximo reto será más larga y duro, pero completará menos kilómetros diarios, aunque con treinta llegadas la capacidad para recaudar dinero será mayor, casi el doble. Y eso es lo que busca, aunque primero está la persona. «Que suerte aquel día que abordó en la calle», decía. Se refiere a Javier Pascual, 'su hermano gemelo', aunque su nexo no es familiar sino de pensamiento. Buena gente, seguro. Hace dos meses, Javier completó la primera maratón de su vida, en Vitoria. En los últimos dieciséis días ha sumado más de diez, pues ha completado en torno a 500 kilómetros con su amigo. Todos los días, sin faltar ni uno.
Comienza el nuevo objetivo. Tras el calentón de hace tres días, Logroño seguirá siendo uno de sus puntos de referencia. No es necesario cerrar calles ni cortar el tráfico para que acabe su etapa en la plaza del Ayuntamiento o en El Espolón. Simplemente, entender el objetivo, dejarles llegar y un buen tazón de arroz con leche, el vicio prohibido por la dietista. Este sábado le han regalado seis.
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