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Julio Arrieta
Viernes, 25 de abril 2025, 13:43
En casi dos mil años de historia de la Iglesia, en torno al trono de San Pedro ha ocurrido de todo en los periodos más ... convulsos de la historia italiana y europea. Uno de los episodios más chocantes, y desde luego el más macabro, fue el del conocido como Concilio cadavérico, Sínodo del terror o, en latín, 'Synodus horrenda'. Se trató de un juicio póstumo en el que el cadáver del Papa Formoso fue desenterrado, juzgado, declarado pontífice ilegítimo, mutilado y arrojado al Tíber... de donde fue rescatado para ser enterrado otras dos veces y, por fin, rehabilitado por uno de sus sucesores.
Se sabe casi más del recorrido del Papa Formoso tras su muerte que de su vida. Las fuentes son escasas y confusas, pero tuvo que nacer probablemente en Roma hacia 816, porque a su muerte fue descrito como un anciano de ochenta años. El Papa Nicolás I lo nombró cardenal obispo de Portus, ciudad portuaria en la desembocadura del Tíber, en 864, para enviarlo después como su legado a Bulgaria. También representó al sumo pontífice en Constantinopla y en Francia, con el imperio carolingio en proceso de descomposición.
Formoso tomó partido además en la convulsa política italiana del momento, con la península dividida en una miríada de estados enfrentados, apoyando la coronación de Arnulfo de Carintia como rey de Italia , lo que lo enfrentó con el entonces Papa Juan VIII, partidario de Carlos el Calvo. Excomulgado y destituido, Formoso tuvo que huir de Roma.
El Papa Marino I levantó su castigo, lo llamó de vuelta a Roma y en 883 lo restituyó a su diócesis de Portus. Durante los cortos pontificados de Marino, Adriano III y Esteban V, Formoso se mantuvo en un segundo plano bastante discreto, pero debió de ganar peso político e influencia eclesiástica, porque en septiembre de 891 fue elegido para suceder a Esteban, parece que por unanimidad.
El pontificado de Formoso fue breve, murió en 896, pero dejó un buen recuerdo. Por lo menos en el primer momento, porque los cronistas de la época lo mencionan como «obispo de gran santidad y ejemplares costumbres» y elogiaron su «piedad y su ciencia de las cosas divinas».
Pero todo cambió con Esteban VI, elegido Papa en 896, después del brevísimo pontificado -no llegó a los 15 días de Bonifacio VI. Esteban, partidario, o más bien sometido, a una facción noble enfrentada a la que había apoyado En enero de 897 ordenó desenterrar el cadáver de Formoso para juzgarlo en la basílica de San Juan de Letrán. El cuerpo, en no muy buen estado, fue vestido con los ornamentos papales, sentado en un trono y juzgado por un tribunal eclesiástico, acusado de perjurio y de acceder de forma ilegítima al papado al ocupar el obispado de Roma siendo ya obispo de Portus. Un diácono se encargó de su defensa y habló en su nombre en lo que a todas luces era una farsa grotesca y siniestra.
Formoso fue declarado culpable. Su papado fue anulado, así como la validez de todos sus actos y ordenaciones, lo que curiosamente afectaba al propio Esteban, que había sido ordenado obispo por Formoso. El cadáver fue despojado y se le cortaron los tres dedos de la mano derecha que había utilizado en las consagraciones. El cuerpo fue arrojado a una tumba en el cementerio de extranjeros. A Esteban no le debió de parecer una profanación suficiente, porque tres días después el cuerpo de Formoso fue exhumado y arrojado al Tíber. Pero su historia no terminó ahí. De algún modo, un monje se las apañó para recuperar el cadáver y enterrarlo con cierta dignidad.
En cuanto a Esteban, no acabó muy bien. Fue encarcelado y estrangulado en prisión tras una insurrección popular en agosto de 897. Su sucesor, Romano, apenas estuvo un mes a la cabeza de la Iglesia, pero tuvo tiempo suficiente para rehabilitar la memoria de Formoso y ordenar que fuera enterrado con todos los honores y definitivamente en San Pedro. Romano murió envenenado.
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